Cuando le dijeron que ella
vivía en su “zona de confort”, no daba crédito a las palabras que acababa de oír.
¿Confort?, pero si toda mi vida es un ir y venir sin parar, haciendo miles de
cosas a la vez, trabajando, estudiando, criando a los hijos, llevándoles a una
y mil actividades e intentando siempre ser la compañera perfecta para el marido,
la amiga más solícita, la vecina más servicial,
la empleada más eficiente. ¿Qué narices de confort es este?.
Cuando en alguno de los
cursos que hacía sin parar, o en alguna de las reuniones a las que asistía
regularmente para reivindicar los derechos de las mujeres, salvar El Amazonas o
impedir que cerraran el refugio de
perros que estaba cerca de su casa, alguna mujer la felicitaba y le preguntaba
cómo podía con todo, ella sentía una especie de regusto agridulce y le
encantaba completar la información y añadir que, además, hacía Pilates tres
tardes a la semana y salía a correr los martes y los jueves. ¿Confort?, ¿Qué
narices de confort es este?.
A medida que los hijos
crecían y tenían una clara independencia a la hora de salir de casa o moverse
por la ciudad, las tardes se alargaron. Ya no era suficiente el Pilates o salir
a correr: “no me lo puedo permitir”. Tenían que seguir necesitándola. Ellos no
sabrán qué tienen que estudiar, cómo divertirse o qué amigos tener. Me tengo
que preocupar…¡son tan inmaduros!. ¿Zona de confort?, ¿qué narices de confort?,
¡pero si la crianza nunca se acaba¡.
Se manejaba bien. Sufría, se
angustiaba y renacía como un ave fénix que volvía a recoger entre sus alas los
pedacitos de cielo.
Los quiebres que tuvo en la
vida la zarandearon como a un junco que vuelve irremediablemente a su esbeltez
para seguir siendo independiente, orgulloso y firme.
Pero cuando pasó aquello,
eso que ella nunca podía esperar, para lo que no estaba preparada, para lo que
nadie en este mundo puede estar preparado. El orgullo, la independencia y la
firmeza quedaron mermados. Sufrió, lloró, sintió ira hacia los culpables, no
podía dormir. Padeció infinitas noches de insomnio. El insomnio, enemigo del
cuerpo y aliado del alma. Durante esas largas noches tomó conciencia de lo que
su vida había sido en realidad. De lo mucho que estudio y lo poco que aprendió.
De cómo durante tanto tiempo se manejó en un mundo del que nunca se atrevió a
salir.
Ahora era el momento de
saltar, de atreverse a sumergirse en la zona mágica de no retorno.
Descubrió que salir de ese
círculo era maravilloso, pero antes había que tener conciencia de que estamos
en él. Si no podemos solos, no pasa nada por pedir ayuda…¡no pasa nada por PEDIR!.
Y cuando dio el gran salto,
pudo volver a donde siempre había estado, pero sólo a recoger sus herramientas
más preciadas, aquellas que tanto le habían servido: la paciencia, el tesón, la
capacidad de trabajo, la comprensión, el ocuparse, y sobre todo, el AMOR.
Una amiga me enseñó cómo salir de uno mismo y redescubrirse. Y no sólo con sus palabras, su propia vida es mi ejemplo.
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