martes, 7 de noviembre de 2017

NO ME LLAMES GUERRERA…



He dejado pasar unos días de barbecho para volver a hablar del tema.

Octubre es el mes del cáncer de mama, el mes rosa. ¿Qué a quien se le ocurrió esta efemérides?, ni idea.

El caso es que año tras año no nos libramos de esta imagen de mujeres bellas y hermosas con sus pañuelitos rosa, y hombres comprometidos con lacitos en la solapa.

No, el rosa no es mi color. Nunca lo ha sido. Soy más de rojos, turquesas, magentas y amarillos.

Incluso blancos y negros.

A veces pienso, qué fácil es caer en el victimismo. Solo hay que dejarse llevar. Es como la muerte dulce.

Guerrera. Detrás de este adjetivo relacionado con la lucha- palabra que tampoco me gusta- está el rol de víctima. Ese, todo me pasa a mí. Ese, qué he hecho yo para merecer esto. Ese, no puedo más.

¿Qué pasaría si ese victimismo lo vestimos de rosa?. Pues que, además le estamos dando una carga de pena, de lástimas, de pobrecita, que nos obliga a rearmarnos, a sacar la espada, a convertirnos en la khaleesi que nos piden que llevemos dentro: fuerte, segura y valiente.

En esa dualidad nos movemos. Rodeadas de elementos que nos impiden ser dueñas de nuestra atención, la clave para recuperar nuestra presencia. Esa dualidad que, a través de enfrentar los polos entre sí, es el motor de todos los dramas de la humanidad.

A veces, siento esa cultura como una imposición invisible. Necesito y quiero pasar de ese sentido del deber (tengo que luchar, no puedo rendirme, tengo que pensar en mi familia, hazlo por ellas…), al sentido de la felicidad.

Esta soy yo y quiero vivir desde mi coherencia. Soy Kirikú, “el que sabe lo que quiere”.

No quiero fascinar, como hacen las guerreras, quiero conmover. Quiero apartar de mí todo belicismo. Las guerras ni se ganan ni se pierden, y yo no quiero participar en ellas.

No 

me llames 

guerrera...